A la hora de comenzar ese cambio, debemos escucharnos a nosotros mismos, a nuestro cuerpo, preguntarnos de dónde proviene ese malestar, saber qué es lo que nos incomoda, reconocer esa necesidad para no caer en el error de confundir emociones, hechos, personas,… Esto nos va a ayudar a no engañarnos a nosotros mismos, a no mentir sobre nuestro estado anímico, sobre lo que nos hace daño…
Claro que somos dueños de dar las explicaciones que queramos en situaciones de contacto interpersonal, pero no debemos mentirnos, a nosotros no. No podemos dejar escapar oportunidades por orgullo, o evitar situaciones nuevas por miedo a reconocer lo que nos pasa, por miedo a lo que pueda venir después,…
Una crisis va a conectar con nuestra parte más vulnerable, o con situaciones del pasado que no hemos sabido gestionar, que no hemos resuelto… Por esto, el cambio nos da miedo…
Ser capaces de dar ese paso, de emprender de nuevo el camino, atrevernos a aceptar ese riesgo es parte de nuestro crecimiento personal.
Hemos de ser capaces de sacar el tan valioso aprendizaje que se da en los cambios y tenemos que ser lo suficientemente valientes como para admitir el error y volver a empezar si esa es la solución. Que no nos ciegue el orgullo, el miedo, la conformidad, el egoísmo….Tenemos derecho a tropezarnos y a volver a levantarnos…
Cambiar es atreverse a empezar un nuevo camino. Tenemos que ser capaces de sentir esa fortaleza interior para afrontar el miedo a lo desconocido, tomar conciencia de nuestros límites psicológicos y emocionales, ser pacientes e intentar afrontar las cosas desde una actitud positiva.
Es muy importante que sepamos aceptar que esa nueva situación no va a estar exenta de problemas o dificultades. Para ello es necesario afrontar los cambios lejos de la propia insatisfacción que muchas veces motiva al mismo, ya que la satisfacción total es inalcanzable…
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