Unas veces por la poca importancia que tenía el asunto en cuestión, otras porque no queríamos hacer daño a esa persona querida,…
Seguramente se den situaciones en las que sí importa la razón de nuestro enfado, sí tenemos argumentos más que de sobra para llevarnos semejante cabreo, pero ahora entre tú y yo: si lo pensamos fríamente, igual no merecía la pena… No hablamos de los motivos, las razones, tampoco cuestionamos de qué lado está el argumento de peso… Me refiero a las formas…
Cuando estamos enfadados no tenemos control sobre nosotros mismos, entran en juego los sentimientos, más concretamente la amígdala. Esta es una estructura que tenemos dentro de nuestro cerebro y cuya misión, entre otras, es asegurar la superviviencia, y si no la controlamos a tiempo, se dispara y es entonces cuando entramos en un círculo de sentimientos que nos difumina la realidad, nos bloquea y nos hace comportarnos de una forma irracional…
Y es que la amígdala está programada para responder con rapidez ante el peligro, sin pensar en los pros y los contras, esta última función pertenece a la corteza cerebral. Si dejáramos todo a los mandos de nuestra corteza, en depende que situaciones, perderíamos un tiempo muy preciado, tiempo que podría llegar a marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso. Aquí es donde entra en funcionamiento la amígdala y si el peligro es real es un buen mecanismo. Pero si esta se dispara ante cualquier cosa sin importancia, nos puede generar más de un problema… El problema radica en que, una vez que la amígdala se pone a trabajar, genera un montón de hormonas a nuestro riego sanguíneo y las consecuencias ya las conocemos más que de sobra…
En realidad, no nos gusta cómo nos sentimos cuando nos enfadamos…
Pero ¿Qué hacemos para poder controlarlo?
Si estamos ante un caso en el que es la otra persona la que se enfada, lo mejor es marcar distancia de por medio, así impedimos algo muy común: contagiarnos…
Debemos dar tiempo a nuestro interlocutor para que se le pase y esto en cada persona es diferente. Piensa que, todas esas hormonas que están correteando por su sangre deben desaguarse en el sentido físico, no figurado.
Cuando esta persona recobre la normalidad en su comportamiento, será cuando podamos hablar con tranquilidad.
Ten en cuenta que todo esto tan solo lo llevaremos a cabo con las personas que realmente sean importantes para nosotros. Si tu interlocutor no merece esa espera, simplemente guarda distancia física y emocional.
¿Si eres tú el que está entrando en ese peligroso estado? Sólo tenemos un cuarto de segundo para parar el proceso! Si eres afortunado y te das cuenta justo antes de empezar, conseguirás detenerlo…Una buena pregunta para esos segundos cruciales: ¿Esto que tanto me preocupa ahora, será tan importante dentro de unos días, semanas, meses…?
Coge aire profundamente y espira lentamente, procura tomar distancia de la situación que ahora te ocupa e intenta imaginarte tan solo como un mero espectador.
Si después de todo esto, es imposible aislarte del enfado, procura mantenerte lejos para no herir a los demás… Esto no significa que debes coger la puerta e irte tras un portazo, dejando a la otra parte sin poder entender l oqué está ocurriendo… Casi es mejor que expliques que te marchas durante unas horas para despejar tu mente. Ten paciencia y espera a que ese revoltijo hormonal de deshaga.
Una vez haya pasado, analiza los motivos que te llevaron a estar así y estudia qué otras opciones tenías para solucionar el conflicto.
Tú mejor maestro será siempre tu último error…
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