En principio el miedo no es algo negativo, ya que se trata de un mecanismo de defensa que creamos en nuestra mente cuando percibimos que estamos ante una situación de riesgo para nosotros. El problema está cuando desarrollamos ese miedo ante un estímulo positivo o neutro, entonces estamos ante un miedo irracional basado en nuestras propias inseguridades.
En cierta forma, este sentimiento de aprehensión es normal ya que estamos percibiendo que, de alguna que otra forma, perdemos esa especie de “burbuja de bienestar” que nos hemos creado. Creemos que va a producirse un cambio que va a desestabilizar nuestra seguridad.
Si nos centramos en una relación emocional y consideramos a esta como algo que nos quita, por ejemplo: intimidad, compartir tiempo de descanso y problemas, ser en cierta medida “responsable” del bienestar del otro, en lugar de ver los aspectos positivos de esta como: amor, bienestar, compañía, complicidad,…entonces surge el miedo.
El miedo hace que valoremos los recursos propios ante la situación que tenemos que afrontar y, cuando se produce un desajuste, aparece y el miedo se hace presente. Así, podemos decir que el miedo es una cuestión de inseguridad, de no conocerse bien a uno mismo y esto conlleva malestar y en muchos casos frustración.
El miedo al compromiso se llega a convertir en una actitud ante la vida. Hace que la persona huya de sus responsabilidades, que no reconozca sus propias cualidades y habilidades emocionales.
Todo esto no deja de ser una mala adaptación al cambio. Nos vemos débiles ante esa nueva situación y lo tratamos de solucionar poniéndonos una coraza para que nada nos pueda tocar, olvidando lo más importante: esa supuesta amenaza no está fuera, sino dentro de uno mismo.
En muchos casos, esta especie de actitud recelosa y conservadora viene determinada por una educación demasiado protectora y permisiva: crecer en un estado de bienestar casi permanente y, prácticamente, a cambio de casi nada, con pocas obligaciones y restricciones. Probablemente a estas personas les cueste mucho salir de ese estado de bienestar y deseen mantenerlo en su vida adulta.
Actualmente, es lo que ocurre con muchos jóvenes: ya no solo tienen miedo al compromiso, llegan al punto de no querer hacerse responsables de sus propias vidas, dejando ese cometido a otra persona y haciéndola responsable de los errores que esta cometa por el camino.
Tengamos muy presente que el miedo al compromiso termina siendo un obstáculo en la travesía que nos lleva a lograr nuestros objetivos, impide nuestro desarrollo como personas y dificulta enormemente la consecución de nuestros sueños.
Las cosas que realmente merecen la pena en la vida demandan grandes dosis de esfuerzo, entrega y compromiso. Merece la pena intentar vencer esa barrera, superar ese miedo cuando la recompensa es infinita, casi eterna.
Fuente: Helena Gorostidi Zambrana
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